
La familia cristiana no se funda en ideologias o filosofías discutibles que necesiten ninguna bandera, sino en la presencia de Cristo que la transforma.
Hay que dejar crecer a Jesucristo en cada miembro que la componen, aunque nos desconcierten sus planes diferentes a los nuestros.
Cristo no promete a la familia una vida sin dificultades sino una presencia fortalecedora.
Él nos capacita para el perdón y la acogida entrañable de lo debil y diferente de cada uno.
Sólo Cristo ensancha la familia para abrirse solidariamente a todas las demás.
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